E- Panamá
System Project Director | Digital Transformation Leader | AI & Ethics Strategist | Innovation Ecosystem Architect | #HumanFirstTechnologies
Ha llegado la nueva estrella del mundo digital. La llaman El Agente™. No es un espía. No es un robot. Es algo más seductor: un sistema de IA que actúa, automatiza y “evalúa” por sí solo.
Los titulares brillan. Las demostraciones impresionan. Y la promesa se repite como un mantra: “Si no lo adoptas ahora, te quedas atrás.”
Pero… ¿de verdad estamos frente a una revolución tecnológica? ¿O simplemente estamos renombrando herramientas que ya conocíamos?
¿Viejos trucos con nombres nuevos?
Vamos a decirlo sin adornos.
Los llamados “agentes” son sistemas que descomponen tareas, usan IA generativa para ejecutarlas y entregan resultados. Sí, suena avanzado. Pero en el fondo, ya habíamos estado aquí.
Desde hace más de una década, herramientas como la Automatización Robótica de Procesos (RPA) han realizado tareas estructuradas con precisión quirúrgica. Y muchas de ellas siguen siendo más rápidas, más seguras y más eficientes, porque fueron diseñadas para cumplir un propósito específico.
¿Qué ha cambiado entonces?
El empaque. El nombre. El ruido.
Moda digital, decisiones riesgosas
La industria tecnológica se mueve por temporadas. No porque lo anterior ya no funcione, sino porque la quietud no vende.
La presión por adoptar lo nuevo es emocional, no estratégica: “Si no lo haces, te atrasas.” “Esto hará a tu equipo más inteligente.” “Todos ya lo están usando.”
Pero la verdadera inteligencia, la que genera valor, poco tiene que ver con la moda.
Spinoza y la IA: consecuencia sin elección
El filósofo Baruch Spinoza sostuvo que el libre albedrío no existe. Que todo lo que hacemos es consecuencia inevitable de lo anterior. Una cadena perfecta de causas.
Y hoy, la IA moderna es su mejor ejemplo.
La llamamos inteligente. Pero lo que realmente vemos es el resultado inevitable de sus datos y parámetros. La IA no elige. Responde. No decide. Calcula.
Justo como Spinoza lo advirtió: acción sin elección. Resultado sin libertad.
Einstein también lo vio venir
Einstein creía en un universo determinista. Sin verdadero azar. Sin libre voluntad.
Y cuando hoy vestimos a los agentes de IA con discursos de autonomía o creatividad, entramos en una ilusión compartida. Una que puede ser útil en marketing, pero peligrosa cuando se toman decisiones reales con dinero, seguridad o personas en juego.
El valor no está en la capacidad. Está en el propósito.
Un agente con la capacidad de un elefante puede sonar impresionante… Pero una planaria digital, simple y eficiente, puede ser la mejor decisión de negocio.
El verdadero valor está en:
- Reducir costos
- Aumentar la disponibilidad
- Minimizar riesgos
- Proteger datos críticos
- Apoyar metas reales del negocio
Un brazo robótico que instala motores no necesita saber si una lechuga está fresca. Y un sistema de defensa nacional no puede confiar en un modelo que alucina o publica datos en internet.
Escalabilidad no es sinónimo de sabiduría.
Nuestro rol: proteger al cliente
Hoy las empresas sienten presión por adoptar o quedarse atrás. Pero quienes lideramos tecnología tenemos un deber:
Proteger al cliente de decisiones mal informadas. Adoptar con contexto. Invertir en lo que realmente sirve, no en lo que brilla.
Ya lo vivimos: Sistemas ERP de millones de dólares usados al 37%. Convencimos a nuestros clientes de comprar mamuts digitales para hacer el trabajo de un buen burro de 64 bits entrenado.
Reflexión final
Los agentes de IA no son profetas. Son herramientas. Algunas brillantes. Otras sobredimensionadas.
Pero su poder no está en lo que pueden hacer… Sino en cómo y por qué las usamos.
La magia no está en el agente. Está en la persona que decide si lo necesita.
¿Y tú qué piensas? ¿Estamos redefiniendo la inteligencia o solo vistiéndola mejor? Te leo en los comentarios.
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